Will J.S
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¡Vergüenza! Es la palabra que retumba en mi ser, un eco persistente de desagrado y desdicha, tras la visita a ese bastión de falsas apariencias conocido como Cercle d’amics. Con el velo engañoso de la promesa y la cortesía, se nos invitó a entrar, pero pronto la verdad se desveló, cruel e implacable.
Los ducados entregados, esperando a cambio un festín digno de la realeza, resultaron ser tributo a un reino de engaño. Los precios, altos como las torres más imponentes, prometían manjares de los dioses, pero ¡oh, cuán lejos estaban de la realidad! La calidad, baja como los infiernos más oscuros, se burlaba descaradamente de nuestras expectativas.
En este sombrío relato, no puedo omitir la mención de las castañas, presentadas como un manjar otoñal, pero que, en su cruda realidad, no eran más que mensajeras del desencanto. Como frutos prohibidos, tentaban a los incautos, para luego revelar su verdadera naturaleza: dura, inmadura e indigesta.
Y ¿qué decir de los sirvientes de este nefasto lugar? Los camareros, lejos de ser los diligentes y corteses ministros de la hospitalidad, se mostraron desagradables y desdeñosos, como si atender a los huéspedes fuese una carga insoportable. Sus modales, rudos y descorteses, eran dignos de una taberna de bajos fondos, no de un establecimiento que pretende ostentar clase y refinamiento.
En suma, el Cercle d’amics se reveló como un teatro de lo absurdo, una tragicomedia en la que los actores, lejos de sus papeles prometidos, ofrecieron una actuación lamentable. Con un corazón lleno de pesar y un bolsillo dolorosamente vacío, juré no volver jamás a ese lugar de engaños y falsedades.
Que esta crónica sirva de advertencia a los incautos y a los buscadores de placer: huid, huid del Cercle d’amics, y buscad consuelo y alegría en otros lares, menos proclives al desencanto y la decepción.
